Roman Starovoit, exministro de Transporte de Rusia, fue encontrado muerto este lunes con un disparo en la cabeza a las afueras de Moscú, pocas horas después de que el presidente Vladimir Putin firmara su destitución mediante un decreto oficial.
El Comité de Investigación ruso confirmó el hallazgo del cuerpo dentro de un vehículo particular en el distrito de Odintsovo, en la región de Moscú. Según el comunicado, las autoridades trabajan en el lugar para esclarecer las circunstancias del suceso, aunque la principal hipótesis apunta al suicidio.
Starovoit, de 53 años, había sido relevado de su cargo ese mismo día mediante un decreto que no detallaba las razones de la remoción. Su salida se produce en un contexto de creciente presión sobre el sistema de transporte ruso, especialmente tras una serie de ataques ucranianos con drones que han golpeado infraestructuras clave del país.
Durante el fin de semana anterior a su muerte, la Agencia Federal de Transporte Aéreo reportó cerca de 500 vuelos cancelados y más de 2.000 retrasos por razones de seguridad, en su mayoría relacionados con ataques aéreos ucranianos. Esta situación provocó un colapso en los principales aeropuertos de Rusia, particularmente en Moscú y San Petersburgo, dejando a miles de pasajeros varados y provocando un repunte en la demanda de boletos de tren.
La intensificación de los ataques ucranianos coincide con recientes acuerdos entre Kiev y países occidentales como Estados Unidos y Dinamarca, enfocados en aumentar la producción de drones para impactar objetivos estratégicos en territorio ruso. El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, ha reiterado sus pedidos de apoyo internacional en esta ofensiva tecnológica.
La muerte de Starovoit se suma a una preocupante tendencia que inquieta a la élite política rusa. Aunque no es la primera vez que un alto funcionario muere en circunstancias sospechosas, casos como este son raros y cargados de simbolismo. El último precedente similar fue el del exministro soviético del Interior Boris Pugo, quien se suicidó tras el fallido golpe de Estado de 1991. También recuerda al caso de Nikolai Shchelokov, otro ministro del Interior que se quitó la vida en 1984 tras ser despojado de todos sus honores y acusado de corrupción.
En el caso de Starovoit, el decreto presidencial no incluía la temida fórmula “por pérdida de confianza”, una frase que suele marcar la caída definitiva en desgracia dentro del Kremlin. No obstante, su aparente decisión de quitarse la vida sugiere que enfrentaba una presión creciente o incluso temía por su destino inmediato.
Durante los últimos meses, Rusia ha vivido un clima de tensión dentro de sus propias estructuras estatales, con un aumento de arrestos, procesos judiciales y purgas internas. Funcionarios de distintos niveles se han convertido en piezas intercambiables en un engranaje que, ante cualquier señal de debilidad o deslealtad, puede aplastarlos sin contemplaciones.
La muerte de Starovoit se convierte así en un símbolo de ese clima de paranoia, incertidumbre y miedo que recorre los pasillos del poder en la Rusia de Putin. Un recordatorio de que, aun sin haber robado nada —como aseguran muchos analistas—, basta con conocer demasiado o haber estado en el lugar equivocado para quedar atrapado en una maquinaria represiva que, para algunos, deja como única salida el suicidio.
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