Estados Unidos atraviesa su peor brote de sarampión en 33 años, una señal alarmante de retroceso en los avances de salud pública. Hasta principios de julio de 2025, se habían registrado al menos 1.281 casos confirmados en 38 estados y el Distrito de Columbia, según el Centro para la Innovación en la Respuesta a Brotes Epidémicos (CORI) de la Universidad Johns Hopkins. El repunte de la enfermedad, que no alcanzaba cifras tan altas desde 1992, ya ha dejado al menos tres fallecidos y más de 150 personas hospitalizadas, en su mayoría no vacunadas.
El epicentro del brote se encuentra en Texas, particularmente en el condado de Gaines, donde se concentran 414 de los 753 casos registrados en el estado. Aunque las autoridades locales aseguran haber contenido la propagación en esa zona, la transmisión continúa activa en el condado de Lamar, cerca de la frontera con Oklahoma. Aún más preocupante es que el Departamento de Servicios de Salud de Texas confirmó recientemente dos nuevos casos no vinculados a ningún foco conocido, lo que sugiere que el virus sigue circulando sin control.
El sarampión fue declarado oficialmente erradicado en Estados Unidos en el año 2000, gracias a campañas masivas de vacunación y a una respuesta sanitaria eficaz ante los brotes. Sin embargo, en los últimos años la creciente desconfianza hacia las vacunas ha socavado ese logro, propiciando rebrotes más frecuentes y extensos.
Los expertos señalan que una de las principales causas del aumento actual es el descenso en la cobertura de la vacuna triple vírica (que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola). En 2019, la tasa nacional de vacunación entre niños de jardín de infancia superaba el 95%, suficiente para garantizar la inmunidad colectiva. Hoy, ese porcentaje ha caído por debajo del 93%, y sigue en descenso. En el condado de Gaines, por ejemplo, solo el 82% de los menores están vacunados.
Según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el 92% de los infectados en 2025 no estaban vacunados o su estado de inmunización era desconocido. Entre los hospitalizados hay dos niños texanos y un adulto de Nuevo México que tampoco habían recibido la vacuna.
El manejo político del brote ha generado controversia. El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., conocido por su escepticismo hacia las vacunas, ha emitido mensajes contradictorios. Aunque públicamente respalda la vacunación, también ha difundido discursos antivacunas y promovido tratamientos alternativos sin respaldo científico. En junio, minimizó el brote inicial en Texas calificándolo de “rutinario”, lo que generó alarma entre los expertos. Poco después, despidió a los 17 miembros del comité asesor de vacunas de los CDC, reemplazándolos por figuras escépticas del movimiento antivacunas. El nuevo comité ya ha anunciado su intención de revisar el calendario de vacunación infantil.
A esto se suma la creciente influencia de los movimientos antivacunas en redes sociales, donde numerosos “influencers de salud” difunden mensajes desinformativos con claros intereses comerciales. Su impacto ha alcanzado incluso a comunidades históricamente pro-vacunación, llevando a algunos padres a vacunar a sus hijos mayores, pero no a los más pequeños.
El brote actual ya ha generado importantes costos humanos y económicos. Para ponerlo en perspectiva, el brote de 2019 en Nueva York —menos severo que el de Texas— costó a la ciudad 8.400 millones de dólares y movilizó a más de 550 trabajadores. Hoy, muchas agencias de salud pública operan con recursos limitados debido a recortes federales y presupuestos reducidos tras la pandemia.
Texas ha tenido que redirigir personal desde otros programas sanitarios para enfrentar la crisis. En el condado de Dallas, 16 trabajadores del área de inmunización fueron despedidos por restricciones presupuestarias promovidas por la administración Trump, en el peor año en más de tres décadas para el sarampión en el estado.
Aunque los casos nuevos parecen disminuir en Texas, las autoridades sanitarias, como Philip Huang, director de Salud del condado de Dallas, advierten que el brote está lejos de controlarse. Subrayan que, si no se logra un repunte significativo en la vacunación, Estados Unidos podría perder su estatus de “país libre de sarampión”, lo que marcaría un grave retroceso en los estándares globales de salud pública.
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