Bajo la superficie del sur de Florida, una amenaza silenciosa se expande y pone en riesgo el suministro de agua potable de más de tres millones de personas. Una pluma hipersalina —una masa de agua contaminada— se filtra desde la planta nuclear Turkey Point hacia el acuífero de Biscayne, la principal fuente de agua dulce en la región, según reveló Bloomberg.
Turkey Point, ubicada a unos 24 kilómetros al sur de Miami, opera desde 1972 y es propiedad de Florida Power & Light (FPL), filial de NextEra Energy. Aunque la planta suministra electricidad a un millón de hogares, su sistema de enfriamiento ha generado consecuencias inesperadas: una red de canales de 270 kilómetros, diseñada para evitar el vertido directo de agua caliente al mar, ha propiciado la acumulación de agua salina con trazas del isótopo radiactivo tritio, que se filtra lentamente a través del lecho de piedra caliza.
La pluma contaminante ya se ha extendido hacia el norte y el oeste, acercándose peligrosamente a los campos de pozos que abastecen a Miami y a los Cayos de Florida. Actualmente, se encuentra a unos seis kilómetros de uno de los campos de pozos de la ciudad y a once de la planta de tratamiento de Key West.
David Hackworth, ingeniero jefe de la Florida Keys Aqueduct Authority, expresó su inquietud: “Siempre nos destacamos por la calidad de nuestra agua, sin necesidad de tratamiento. Ahora tememos que la pluma llegue y lo cambie todo”. Como medida preventiva, las autoridades locales han iniciado la modernización de la planta de tratamiento, con una inversión de 100 millones de dólares.
El acuífero de Biscayne es una de las mayores reservas de agua dulce de Estados Unidos. Su salinización amenaza no solo el consumo humano, sino también la agricultura y los ecosistemas. Aunque los niveles de tritio detectados son bajos, el riesgo a largo plazo y la desconfianza persisten.
Desde 2018, FPL ha implementado un sistema de extracción: diez pozos bombean diariamente unos 57 millones de litros de agua salina hacia una zona profunda del subsuelo, considerada segura por las autoridades. Otros pozos inyectan 114 millones de litros de agua salobre al sistema para diluir la salinidad. Pese a ello, la compañía admitió en 2022 que no podrá contener la pluma dentro del perímetro original para 2028, como estaba pactado.
La empresa evalúa nuevas estrategias, como la perforación de pozos horizontales. Wilbur Mayorga, jefe ambiental del condado de Miami-Dade, aseguró que cualquier cambio deberá ser aprobado y monitoreado. Según FPL, las acciones actuales han reducido la pluma a casi la mitad y los niveles de salinidad se acercan a los límites legales.
El conflicto ha escalado desde hace años. En 2015, FPL fue acusada de violar normas ambientales al permitir que la pluma excediera el sistema de canales. Y en 2019, la Comisión Reguladora Nuclear (NRC) extendió la licencia de Turkey Point por 20 años más, decisión que provocó la apelación de grupos ambientalistas como Miami Waterkeeper. La NRC solicitó un nuevo estudio de impacto ambiental, pero finalmente, en 2024, autorizó la operación de la planta hasta 2053.
El caso de Turkey Point ilustra los dilemas de la energía nuclear en zonas vulnerables al cambio climático. Según la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno, la planta es una de las 15 más expuestas en EE. UU. a huracanes y al aumento del nivel del mar. FPL defiende que sus instalaciones están reforzadas y preparadas para eventos extremos, y que han resistido huracanes como Andrew, en 1992.
Sin embargo, la incertidumbre persiste. Para muchos residentes y expertos, el verdadero desafío no es solo técnico, sino también ético: ¿hasta qué punto se puede arriesgar el agua potable en nombre de la energía?
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