El Dalai Lama, Tenzin Gyatso, inició este sábado una visita de 45 días a Ladakh, una región clave del Himalaya indio, en medio de crecientes tensiones geopolíticas con China por su futura sucesión. El viaje ocurre días después de que el líder espiritual tibetano celebrara su 90º cumpleaños, y ha sido interpretado por analistas internacionales como una señal simbólica frente a las pretensiones de Beijing en la zona.
Gyatso partió desde Dharamsala, donde reside en el exilio desde 1959, acompañado por un séquito de monjes y resguardado por un fuerte dispositivo de seguridad. Un avión de la Fuerza Aérea India lo trasladó hasta Leh, capital de Ladakh, mientras que en tierra, decenas de vehículos escoltaban la caravana. Las autoridades activaron el protocolo “Z-plus”, el máximo nivel de protección en la India, con vigilancia intensiva y escoltas armados, según confirmaron fuentes oficiales.
El recibimiento fue multitudinario. Miles de fieles, monjes y residentes locales se alinearon a lo largo del trayecto entre el aeropuerto y su residencia temporal en Shewatsel Phodrang, para rendir homenaje al líder espiritual. Desde allí, el Dalai Lama permanecerá durante su estancia en la región.
Antes de su partida, el líder budista describió la visita como una extensión de su mensaje de “compasión y bondad”, afirmando que poner en práctica esos valores sería “el mejor regalo de cumpleaños” que podría recibir de sus seguidores.
Durante su paso por Ladakh, el Dalai Lama ofrecerá enseñanzas públicas a finales de julio centradas en “Las Treinta y Siete Prácticas de un Bodhisattva”, además de viajar a la remota región de Zanskar. Se esperan grandes concentraciones de fieles provenientes tanto del Himalaya como de comunidades tibetanas dispersas por India.
Sin embargo, la dimensión espiritual del viaje se ve atravesada por su trasfondo político. Ladakh es una región fronteriza con el Tíbet ocupado por China, donde en los últimos años se han registrado enfrentamientos entre tropas chinas e indias. En este contexto, la presencia del Dalai Lama, facilitada por Nueva Delhi, es vista como una declaración implícita contra la postura de Beijing, que lo considera un “separatista” sin legitimidad.
El 2 de julio, el líder tibetano reavivó el debate sucesorio al declarar que su fundación, Gaden Phodrang, es la única con autoridad para reconocer su reencarnación. Esta afirmación representa un abierto desafío a la llamada “Orden Nº 5” del gobierno chino, que exige la aprobación del Partido Comunista para validar cualquier reencarnación de figuras religiosas importantes.
El proceso sucesorio del Dalai Lama ha adquirido relevancia internacional, especialmente tras la aprobación en Estados Unidos de la Ley de Política y Apoyo al Tíbet, que prevé sanciones contra funcionarios chinos que interfieran en dicha elección.
El propio Gyatso, considerado por millones como la reencarnación de Buda, ha manifestado su deseo de vivir más de 130 años, prolongando así la incertidumbre sobre su sucesión y reafirmando su autonomía frente al control chino.
Aunque India mantiene una postura oficial de neutralidad religiosa y justifica su acogida al Dalai Lama por motivos humanitarios, gestos como el uso de aeronaves oficiales y el despliegue de seguridad máxima son interpretados como un respaldo implícito a la causa tibetana.
El futuro del liderazgo espiritual del budismo tibetano se perfila como un nuevo punto de fricción internacional. La posibilidad de que surjan dos figuras sucesoras —una legitimada desde el exilio y otra impuesta por China— plantea un escenario de confrontación no solo espiritual, sino también político y diplomático.
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