La noticia de un ciudadano italiano que denunció haber sido secuestrado y torturado durante semanas en una lujosa residencia de Manhattan por criminales que buscaban robarle sus bitcoins ha encendido las alarmas sobre un fenómeno creciente en el mundo de las criptomonedas: la violencia física como herramienta para acceder a activos digitales.
El ataque responde a una modalidad conocida en la jerga tecnológica como “ataque con llave inglesa”. El término, surgido de un cómic en línea, ilustra con ironía cómo toda la sofisticación de la ciberseguridad puede ser inútil si el delincuente opta simplemente por golpear a alguien hasta que revele sus contraseñas.
Phil Ariss, experto de la firma de análisis TRM Labs, advierte que este tipo de agresiones está en aumento, impulsadas por la creciente adopción de criptomonedas en el ámbito financiero tradicional. “Los grupos criminales que ya están habituados al uso de la violencia no tardaron en trasladarse al universo cripto”, explicó en una entrada reciente de blog.
Varias características de las criptomonedas ayudan a entender por qué quienes poseen grandes sumas digitales se han convertido en blancos atractivos. A diferencia del dinero en bancos o activos regulados, las criptomonedas como bitcoin otorgan a sus dueños control absoluto sobre sus fondos sin necesidad de intermediarios ni autorización gubernamental. Pero esa autonomía tiene un precio: si los activos son robados, no hay forma de recuperarlos.
La protección de las claves privadas —la herramienta que da acceso a las billeteras digitales— es uno de los principios sagrados del ecosistema cripto. Un mantra popular entre sus seguidores lo resume bien: “Si no son tus claves, no son tus monedas”.
A esto se suma el carácter irreversible de las transacciones en blockchain, la tecnología que respalda las criptomonedas. A diferencia del efectivo o las joyas, los bitcoins no necesitan ser transportados físicamente. Basta con unos cuantos clics para mover millones de dólares a una nueva dirección digital.
En el caso de Nueva York, donde dos personas han sido imputadas, aún se desconoce cuánto dinero estaba en juego. Lo que sí está claro es que el delito marca una nueva escalada en una forma de robo que, aunque menos frecuente que los ciberataques, puede ser aún más brutal.
Durante años, los robos de criptomonedas estuvieron dominados por sofisticados hackeos, algunos atribuidos a grupos patrocinados por gobiernos como el de Corea del Norte, que se cree han sustraído miles de millones en activos digitales. Como respuesta, muchos inversores almacenan sus claves privadas en dispositivos desconectados de internet, las llamadas “billeteras frías”, que ofrecen una defensa efectiva incluso contra los hackers más avanzados.
Pero ninguna billetera puede proteger a su dueño de una amenaza física. Si el ladrón tiene al propietario delante y está dispuesto a usar la violencia, la seguridad digital deja de ser un obstáculo.
Este tipo de crímenes no se limita a Estados Unidos. Francia ha registrado varios casos de alto perfil, incluido uno en el que los asaltantes mutilaron a un ejecutivo del sector para forzarlo a entregar sus claves.
Para mitigar estos riesgos, algunos expertos recomiendan medidas adicionales, como el uso de billeteras multifirma, que requieren la aprobación de varias personas para realizar una transacción.
Sin embargo, la estrategia más común entre los poseedores de grandes fortunas cripto sigue siendo el anonimato. En redes sociales, es habitual que incluso altos ejecutivos del sector oculten su identidad bajo seudónimos y avatares animados, en un intento por evitar convertirse en el próximo objetivo de un ataque con llave inglesa.
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