“Promesas hechas, promesas cumplidas”. Con esta frase repetida hasta el cansancio, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, celebraba esta semana los primeros 100 días del segundo mandato de Donald Trump. Lo hacía con el tono desafiante que caracteriza su relación con la prensa, asegurando que se trata del “inicio más histórico de una presidencia en la historia de Estados Unidos”. Sin embargo, más allá de la retórica triunfalista y su laxa relación con la verdad, lo cierto es que Trump ha cumplido —con velocidad y una dosis de caos— muchas de las amenazas que lanzó en campaña, dejando una profunda huella en el sistema democrático estadounidense.
Trump ha regresado al poder con un espíritu revanchista, decidido a ajustar cuentas. Desde el primer día ha avanzado con una ofensiva que ni siquiera los más pesimistas entre sus críticos creían posible. Ha aplicado el guion del ultraconservador Proyecto 2025 —programa que durante la campaña intentó minimizar para no espantar al electorado moderado— y lo ha hecho a toda máquina. Se siente respaldado por lo que considera un “mandato poderoso y sin precedentes”, aunque su victoria en el voto popular no fue tan clara como en el colegio electoral.
Envalentonado, ha convertido en blanco a migrantes, jueces, universidades, medios independientes, colectivos trans y hasta museos. En su narrativa, los migrantes son todos “ilegales y criminales” que deben ser deportados sin excepción, como en el caso de Kilmar Abrego García, enviado por error a una prisión salvadoreña sin garantías judiciales. En política internacional, ha desafiado el orden global establecido desde 1945: ha tensado relaciones con Europa y Ucrania, ha coqueteado con Rusia y ha dejado espacios abiertos para que China amplíe su influencia. Todo bajo el lema “America First”, que en los hechos se traduce en guerras comerciales erráticas y aislamiento diplomático.
En el frente interno, ha tensado los límites del sistema constitucional. Apoyado por un Tribunal Supremo con mayoría conservadora, ha ampliado su poder ejecutivo y desafiado las reglas del juego. Con decretos ha intentado derogar protecciones históricas, como la ciudadanía por nacimiento amparada en la Decimocuarta Enmienda, y ha lanzado una ofensiva contra instituciones clave: universidades, funcionarios públicos, medios de comunicación y minorías sexuales. La motosierra ideológica no ha dejado casi sector sin tocar.
Esa erosión institucional recuerda a los versos del pastor Martin Niemöller: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio…”. Hoy, en Estados Unidos, muchos —desde científicos hasta turistas— se preguntan con inquietud: “¿Seré yo el siguiente?”.
La obsesión con los primeros 100 días como medida de éxito presidencial se remonta a Franklin D. Roosevelt. Trump se compara con él, pero en lugar de reconstruir, ha optado por demoler. A diferencia de Roosevelt, que contó con el Congreso para impulsar reformas históricas, Trump ha ignorado al Legislativo incluso con el control de ambas cámaras por parte de su partido. El resultado: un Congreso cada vez más irrelevante y una democracia sometida a una prueba de estrés inédita.
El futuro es incierto. Aunque todavía quedan 1.361 días de mandato, el daño ya parece difícil de revertir. La confianza en las alianzas tradicionales se ha resquebrajado, el papel de EE. UU. en el mundo se ha reconfigurado y muchas de las transformaciones podrían volverse estructurales.
A esta simbólica marca de los 100 días, Trump llega con índices de aprobación históricamente bajos, pese a haber cerrado de facto la frontera —una medida popular, pero aplicada con tal dureza que ha ahuyentado el turismo—. En este breve pero intenso periodo, ha habido episodios tan surrealistas como la presencia del hijo de Elon Musk en el Despacho Oval, la Casa Blanca convertida en escaparate de Tesla o deportaciones en masa filmadas al estilo hollywoodense por Nayib Bukele.
¿Qué viene ahora? Nadie lo sabe. La Administración promete nuevos acuerdos comerciales, rebajas fiscales y más “grandeza americana”, según Leavitt. Pero lo más probable es que los próximos 100 días estén marcados por batallas judiciales clave y nuevas tensiones en el Supremo, que aún debe pronunciarse sobre temas cruciales relacionados con el presidente.
Trump, fiel a la doctrina de su mentor Roy Cohn —“nunca admitas la derrota” —, avanza sin pausa, decidido a transformar el país a su imagen y semejanza. Lo que está por verse es si esa estrategia, basada en decretos, confrontación y espectáculo, será suficiente para sostenerse… o terminará por romper las costuras del sistema.
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