La elección de un nuevo papa es siempre un acontecimiento que trasciende lo religioso para convertirse en un evento histórico. Esta vez no será la excepción. Millones de personas en todo el mundo estarán pendientes del Vaticano, donde en los próximos días los cardenales se reunirán para elegir, en votación secreta, al sucesor del papa Francisco.
Pero esta ocasión trae un elemento inédito: la tecnología. En pleno siglo XXI, cuando una sola imagen captada por un teléfono móvil puede viralizarse en segundos, resguardar el secreto del cónclave se ha convertido en un desafío de alta seguridad. El Vaticano lo sabe y, para afrontarlo, ha desplegado un escudo digital que combina cámaras de vigilancia, inteligencia artificial, inhibidores de señal y vidrios opacos, con el fin de evitar cualquier filtración.
El objetivo no es solo impedir la intrusión de drones o la captura de imágenes desde el exterior. Se trata de una estrategia más amplia para hacer frente a amenazas contemporáneas: espionaje, ciberataques, redes sociales y, sobre todo, desinformación. Hoy, una filtración —incluso falsa— podría sembrar dudas, alimentar teorías de la conspiración y generar tensiones tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Por ello, este cónclave será, sin duda, el más vigilado de la historia.
Entre las medidas implementadas destaca el uso de inhibidores de señal, capaces de bloquear toda comunicación inalámbrica en las áreas clave del cónclave. Ningún dispositivo puede emitir ni recibir señales: móviles, micrófonos ocultos y transmisores quedan completamente inutilizados.
Además, las ventanas han sido cubiertas con películas opacas para impedir que drones o satélites capten imágenes desde el exterior. Inspecciones minuciosas —antes y durante el proceso— buscarán detectar cualquier dispositivo espía, mientras más de 650 cámaras, conectadas a un centro de control subterráneo, monitorean cada rincón.
La meta es preservar el silencio, la confidencialidad y la integridad del proceso. Que el nombre del nuevo pontífice no trascienda antes de la tradicional fumata blanca y que el ritual conserve todo su simbolismo.
Que el Vaticano recurra a inteligencia artificial para proteger un proceso tan ancestral como el cónclave puede sonar paradójico, pero resulta lógico en el mundo actual. Según reveló el medio Wired, esta tecnología ya se está aplicando en la elección papal, aunque no se han dado detalles sobre su funcionamiento exacto.
Una hipótesis plausible es que las cámaras de videovigilancia integren sistemas de IA capaces de detectar comportamientos inusuales, patrones de movimiento sospechosos o la presencia de objetos extraños, alertando de inmediato a los operadores humanos.
Resulta llamativo que el papa Francisco, quien ha advertido en el pasado sobre los riesgos de la inteligencia artificial, sea también protagonista indirecto de un cónclave que se apoya en esta tecnología para garantizar su secreto.
Las medidas de seguridad pueden parecer dignas de una película de espías, pero son indispensables en una época donde la información —o la desinformación— viaja a la velocidad de la luz. La Iglesia, con más de dos mil años de historia, entiende que incluso sus tradiciones más sagradas deben adaptarse a los desafíos del presente.
El cónclave, por definición, es un proceso cerrado, apartado del bullicio del mundo exterior. Sin embargo, en un entorno global marcado por la sobreexposición, el rastreo constante y la viralización de rumores, proteger el silencio requiere ahora herramientas del siglo XXI.
Lo que ocurre en el Vaticano estos días no solo marca el futuro de la Iglesia. También refleja la sociedad en la que vivimos: una en la que la confianza se construye protegiendo la privacidad; donde la tradición convive —y debe convivir— con la innovación tecnológica.
Mientras los cardenales votan en secreto al nuevo pontífice, será precisamente la tecnología la encargada de resguardar ese secreto. Porque hoy, más que nunca, proteger el silencio es también un acto de inteligencia. Artificial, sí. Pero inteligencia, al fin y al cabo.
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